La Comarca Andina lloró flamas de fuego. Los alaridos del bosque se unieron a los gritos de los vecinos formando una triste rapsodia que penetró en el sopor del aire caliente. Cientos de evacuados, casas que se consumieron junto con el esfuerzo de sus habitantes, proyectos de años que se disiparon en horas. Una comunidad devastada, víctima de 5 focos de incendio. El cielo se tiñó de rojo y las puertas de un infierno terrenal se abrieron de par en par.
El comienzo del desastre en la Comarca Andina
Todo comenzó pasado el mediodía del martes 9. Lo que sería un remanente del incendio en Cuesta del Ternero puso en jaque a la localidad de El Maitén. Se vivieron horas de incertidumbre, las llamas avanzaban y el pueblo, en cuestión de horas, se vio sumido en una nube de humo y cenizas. La atención estaba centrada en controlar este incendio. El viento se hizo presente y, de manera progresiva, alimentó las llamas que se vieron desde kilómetros a la redonda. Pero la escena dantesca recién se estaba formando.
Los bomberos pudieron contener el avance del fuego a menos de un kilómetro del ejido de la ciudad. Pero hubo muchos vecinos de las chacras y los campos aledaños que debieron ser evacuados y lo perdieron todo.
Horas después, apareció otro foco. Esta vez en la zona de Las Golondrinas. Los esfuerzos de los brigadistas y bomberos se desdoblaron para contener ambos frentes. Las llamas no dieron tregua alimentadas por ráfagas de más de 70 kilómetros por hora. El panorama comenzaba a ser desolador y el pronóstico de vientos intensos exacerbaba la desesperación de la comunidad.
Un infierno en la montaña
El desasosiego se apoderó de la escena. Las redes sociales se inundaron de imágenes y videos que parecían montajes de película. Pero eran tan reales como la impotencia de las personas que tuvieron que tomar la decisión de dejar sus casas, con todas sus cosas dentro, para no morir calcinadas. Una misma secuencia se repitió en distintos puntos: un vehículo que iba a rescatar a una familia; los integrantes, contentos en parte por salvar sus vidas, subían al automóvil con lo puesto, echando el último vistazo a su casa que, con las enormes llamas de fuego detrás, no sabían si volverían a habitar.
Se perdieron más de 250 casas en forma completa y 500 en forma parcial. Además, aún hay personas desaparecidas. Hubo casos de vecinos que tuvieron que meterse dentro de sus piletas pelopincho o en sus tanques australianos, para resistir el calor generado por el fuego, hasta que fueron rescatados o pudieron salir por sus propios medios. “Las casas se prendían como fósforos”, graficó con elocuencia uno de los vecinos evacuados.
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El aire puro se fue convirtiendo en cenizas y dio paso a un cuadro dantesco pintado por la mano de una o más personas, cuya irresponsabilidad o intenciones no pueden ser entendidas por un ser humano. Pero la odisea no terminó aquí. Varios incendios más se fueron sucediendo, en forma simultánea, a lo largo de la tarde-noche del martes y parte del miércoles. Tres focos más ubicados en Cholila, El Hoyo y Radal continuaron desdoblando los esfuerzos de los brigadistas y bomberos.
“Tiene que llegar la lluvia, aunque tal vez ya sea tarde”, dijo otro de los vecinos afectados. Y la lluvia se hizo presente promediando la madrugada del miércoles. El agua limpió la escena y mostró un panorama desolador. Será el momento, como en muchas otras ocasiones, de ayudarnos entre todos. Como siempre, la solidaridad de la comunidad llegó más rápido que la efectividad de los funcionarios públicos.
Lo que el fuego desnudó
Será momento de reconstrucción y de reflexión. Porque el fuego desnudó falencias y derritió caretas. Puso en evidencia la falta de recursos, la desidia que sufre la Comarca Andina, que solo se “usa” en verano, pero durante el resto del año es el patio de atrás de las provincias. Eso sí, un patio idílico. Un jardincito hermoso para ver por fotos y disfrutar cuando hace calor. Un vergel prístino, una pincelada histriónica de la naturaleza, pero que no recibe servicios ni inversiones desde hace años.
Una comunidad que tiene que soportar los embates de la naturaleza, a los imbéciles desalmados que provocan incendios y a gran parte de una clase política obsoleta que la mira de reojo. Una comunidad que clama, casi prosternándose al cielo, que la escuchen y que no solo los asistan o les den entidad cuando se prende fuego todo. Cuando la luz roja se prende, ya es tarde. Hay que salir corriendo y no se puede hacer nada, solo masticar bronca, apretar los dientes y volver a empezar.
La Comarca Andina, víctima de la desidia
El Gobierno de Chubut tiene como tema principal de su agenda la instalación de la minería, cuando el turismo es uno de los recursos más importantes de la provincia y sigue estando dentro de la rígida desidia de la gestión.
El Ministerio de Turismo de Chubut descansa; duerme pacíficamente en los cimientos construidos por las ballenas, cuando la Comarca Andina no recibe inversiones importantes desde hace décadas. Los atractivos están porque la naturaleza los puso allí; pero los circuitos, los senderos, las propuestas, las experiencias, son siempre los mismos; porque el gobierno casi nunca está. Los servicios no mejoran y la conectividad es parte de una utopía que parece nunca llegar.
Tema aparte el mantenimiento de los caminos e ingresos. Hay zonas prácticamente inaccesibles con vehículos que no sean 4×4. Regiones turísticas que, año a año, provocan daños en los automóviles de los visitantes y de los propios locales. Caminos, ingresos y calles que se deben mantener porque se transforman en vías de escape, en salvoconductos, cuando se desata un siniestro.
Y a todo esto se le suman los incendios -intencionales o accidentales- y los vestigios de una pandemia que todavía no se fue. ¿Cuánto más puede aguantar una comunidad? ¿Cuánto más pueden aguantar los privados solos, poniéndose el equipo al hombro, para sacar adelante a las localidades que viven, prácticamente, del turismo?